martes, 29 de octubre de 2019

Leamos un poco


“ La violencia es un fenómeno perturbador y degradante que está enquistada en Colombia desde tiempos inmemoriales, a tal punto que ha generado en cierta manera a los colombianos una “convivencia” con ella. Muchos hasta la justifican, otros la claman y unos pocos víctimas o no, la repudian. Decir que la violencia sea cual fuere su tipo o venga de donde viniere es justificada, es un insulto  al entendimiento humano, a la cordura y a la razón. Sólo quienes persiguen intereses mezquinos podrán validarla y convivir con ella.

Llamo con sobrada razón “Buitres de la guerra” a aquellos nefastos personajes que escudados en sus guardias pretorianas, en sus abundantes capitales políticos y económicos pugnan para que en nuestra amada Colombia no reine la concordia, el diálogo y el respeto por la persona humana, por su dignidad y por sus derechos. Al hablar de violencia y violación a los derechos humanos no se hace hincapié en un solo actor armado. Se hace alusión a todos los que con su accionar bélico y su lenguaje hostil promueven la intriga, el odio, la venganza y hasta reclaman sus propios dividendos y fortines de guerra.

Retrocediendo un poco en la historia colombiana y dando una mirada retrospectiva, me ubico en los finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX cuando se dio en Colombia la llamada Guerra de los Mil Días, originada por rencillas políticas entre los partidos políticos tradicionales Liberal y Conservador. Más de cien mil colombianos perdieron sus vidas en esta guerra fratricida y se recuerda entre las batallas más cruentas la de Peralonso y la de Palonegro.

Dando un pequeño salto llegamos a la violencia también partidista de 1948, cuando aquel nefasto 9 de abril, cae asesinado en la ciudad de Santafé de Bogotá el líder y entonces candidato liberal a la presidencia de Colombia Jorge Eliecer Gaitán. Hecho denominado El Bogotazo y que fu el detonante para que sus seguidores se lanzaran en una guerra cruenta contra los conservadores y el gobierno mismo destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Fue una guerra sin cuartel donde los asesinatos y todas las formas de violencia se convalidaron.

Este sería el primer paso para el nacimiento de las guerrillas en Colombia y el principio de una nueva guerra que hoy persiste en el país con las ya conocidas consecuencias para los colombianos. En la década de los ochentas surgen nuevos grupos armados amparados en el narcotráfico unos y otros bajo la tutela disimulada del Estado. En los noventas la guerra entre guerrillas y el Estado recibe un espaldarazo de otros grupos armados entrenados para combatir no sólo a los guerrilleros sino a la población civil inerme.

No es por demás mencionar que estos grupos armados tanto de derecha extrema como de extrema izquierda se nutren de jóvenes, que más por su ideología se ven abocados a engrosar las filas acosados por el desempleo, el hambre, la pobreza extrema traducida a miseria gracias al abandono del Estado…”

“… Sólo los principios éticos y morales inculcados desde los hogares y el respeto por la diferencia, el respeto por el otro y un conocimiento fuerte desde lo axiológico podrán servir como cortafuegos en este coctel bélico que corroe a Colombia…”
Tomado de: Reflexiones alrededor del acontecer colombiano”, Éver Chalarca. 1990

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